Camino Natural Vía Verde del Aceite
Descripción de la ruta
Jaén, arropada por la estampa del Castillo-Parador de Santa Catalina es el lugar donde la vía verde tiene su km 0. Para encontrar el punto de partida localizamos en el noroeste el polideportivo de las Fuentezuelas. En la confluencia de la calle del Pino con la Avenida de los Aparejadores arranca la aventura.
La vía en sus primeros metros corre en paralelo al ferrocarril activo que se dirige hacia Espeluy. A 1,5 km de recorrido nos separaremos de ésta y comenzamos el ascenso esquivando las fuertes laderas de la sierra de la Grana, coronadas por el monte Jabalcuz. Precisamente desde esta zona se tienen unas excelentes perspectivas del conjunto urbano de la capital olivarera.
A unos 2 km la vía sucumbió bajo el trazado de la ronda noroeste de circunvalación jiennense, pero un cercano paso inferior y unos caminos rurales dan continuidad a la vía verde en pos de la primera estación de la ruta: Torredelcampo. Antes de llegar, en el km 8, tendremos la oportunidad de alternar la vía verde con la Ruta Arqueológica de Los Torreones, que se encuentra perfectamente señalizada mediante paneles.
De Torredelcampo a Martos
La variante de la autovía A316 invadió el trazado del ferrocarril. Para esquivar el asfalto, la vía verde se apoya, en una pasarela metálica (73 m), que cruza la carretera permitiendo alcanzar la estación de Torredelcampo sin problemas, situada en el km 11. Dejamos atrás Torredelcampo y pasamos el túnel del Caballico (333 m en curva, con iluminación).
Situado en el km 12,5, el puente de la Piedra del Águila (104 m) será el primero de una larga sucesion de puentes metálicos. Apoyado en dos pétreas pilas, su celosía metálica se recorta altiva sobre el mar de olivos del entorno. Os sugerimos descender a su base; la vista es impresionante. Algún kilómetro más tarde, tras una espléndida vista sobre el infinito olivar y tras cruzar otro sobrio viaducto metálico menor, nos aproximamos a Torredonjimeno.
Antes de llegar, y tras habernos sorprendido con las grandes obras que hubo que ejecutar para drenar y sostener estas inestables laderas, debemos superar un túnel (120 m) y el paso superior de la A-316. Llegamos a Torredonjimeno (km 15,6).
Desde aquí, nuestra ruta inicia un sinuoso trazado que le permite ir ganando altura, de forma parsimoniosa hacia Martos. Al comienzo, cruzaremos sobre el acceso a Martos desde la A 316 por una pasarela metálica. Poco después deberemos cruzar, otra vez (y van tres) la A 316 aunque, en este caso, la vía desciende a un camino y aprovecha un paso inferior. Nos aproximamos a la peña de Martos. Este pelado pitón rocoso, elevado a 350 m sobre el casco urbano, aparece coronado por los restos de un castillo, en tiempos vigía de todo el valle y que nos sirve también de referente altimétrico, indicándonos que hemos coronado la “cima” de la vía verde. Desde este punto se inicia un descenso, prácticamente ininterrumpido hasta el río Guadajoz.
La parada la haremos en la estación de Martos (km 23) que está siendo rehabilitada para acoger nuevos usos y servicios destinados a los nuevos viajeros. Dejamos Martos con un nuevo encuentro con la A 316. En este caso se ha construido para la vía verde un paso inferior que nos permite franquear limpiamente la cinta de asfalto.
La soledad de los olivos
Las cerradas curvas van a seguir marcando la tónica del itinerario. Sólo los terraplenes y las trincheras se atreven a romper la perfecta geometría del olivar. También rompe el verde fondo la mancha de una vieja cantera de yeso situada en el km 26,5. Tres kilómetros más adelante nos encontramos de nuevo a la A 316, que franquearemos por una pasarela. Desde aquí seguimos nuestro sinuoso descenso contorneando la cota del cerro de la Capellanía. Al final de esta revuelta nos topamos con el valle excavado por el río Salado. El ferrocarril salvó este cauce por un atrevido puente metálico, (km 34) de 208 m. y apoyado en dos pilares de sillería, siendo una de las obras más majestuosas del recorrido. Poco a poco, lo abrupto sustituye a las lomas, acercándonos a las estribaciones serranas de la Subbética.
Y así, por lo quebrado del terreno, pronto encontramos otro espectacular viaducto, el que cruza el arroyo del Higueral. Algo más corto que el anterior (133 m), da paso a un terreno más suave. En estos predios se ubicó la solitaria estación de Vado-Jaén (km 37). Lejos de cualquier núcleo urbano -a más de 7 km el más próximo-, su creación se justificó para facilitar un punto de cruce a los trenes. El mismo nombre de la estación es en todo punto artificial, ya que no se ajusta ningún topónimo de la zona.
Continuamos el pequeño ascenso que se había iniciado en el barranco del Higueral, contrapendiente que rompía la tónica de descenso iniciada en Martos. La leve subida finaliza a 2 km de Vado-Jaén, retomando el descenso que ya no tiene interrupción hasta el paso del Guadajoz.
Al poco dejamos la compañía de la A-316 y se prosigue sobre trazados de dominante recta, con grandes panorámicas paisajísticas, generadas por el cercano valle del Víboras.
Viaductos hacia el Guadajoz
En el km 42 la vía cruza el río Víboras, mediante otro espectacular viaducto metálico (224 m) que se eleva como un perfecto mirador sobre el valle. Como curiosidad cabe citar que, al pie del viaducto, se eleva otra obra más modesta, pero con mucha más historia. Se trata del puente medieval sobre el Víboras. Obra de un solo arco sobre un viejo camino.
Seguimos el descenso, pasando a los pocos metros por la abandonada cantera de balasto ferroviario de La Muela. Camino de Alcaudete, la vía verde utiliza dos antiguos puentes metálicos más del ferrocarril, sobre los arroyos del Chaparral y de la Esponela, ambos de 70 m. De un solo tramo, situados en el km 45 y 46 respectivamente, se inscriben en un sector de rectas que conducen a la estación de Alcaudete (km 48,3), la última de la provincia de Jaén. Esta estación está rehabilitada aunque sin usos todavía. La localidad de Alcaudete dista unos 5 km de este enclave ferroviario y hay que saber que la subida hasta el peublo es dura, aunque el castillo que corona la población bien merece este repecho.
Pasada la estación tenemos un último encuentro con la A-316, que podremos cruzar sin problemas gracias a la instalación de una nueva pasarela metálica, siendo este uno de los cruces peligrosos que se ha solucionado hace pocos años.
A partir de ahora, la traza abandona la dominancia de olivos, dejando paso a un terreno más natural, con vegetación mediterránea muy aclarada. El valor natural de la zona se acrecienta al pasar junto a la Reserva Natural de la Laguna Honda (km 50,5). Desde aquí hay 3 km con dos profundas curvas hasta cruzar en el km 52 el barranco del Desjarradero por un nuevo puente metálico (83 m), aperitivo del espectacular e inolvidable viaducto del río Guadajoz. (km 54,5) Este increíble mecano se eleva sobre dos pilares de piedra y hierro articulados que sostienen una gran celosía de 200 m de longitud. Este puente hay que pasarlo despacio y no por peligroso, sino porque semejante obra humana hay que cruzarla casi en ánimo reverencial dado lo magno y lo osado de aquellos trabajos realizados hace más de un siglo. Y como suele pasar en estos casos, nada más cruzar el río toca tirar de pedal y remontar una suave pero continua subida.
En tierras cordobesas
Al otro lado de esta grandiosa obra de fábrica la vía prosigue por la provincia de Córdoba. Los olivares que habían sido la seña de identidad del tramo de Jaén no nos abandonan por Córdoba, pero la vía va trazando atractivas curvas y calando el terreno en grandes trincheras. De cuando en cuando merece la pena volver la vista atrás para disfrutar de la panorámica sobre el tajo que ha tallado el Guadajoz entre los olivos. Esta remontada toca a su fin unos 3 km en el llamado collado de las Arcas. En este punto se apreciarán los restos de un antiguo apeadero del tren al cual, aunque cueste imaginarlo, llegaba otro trenecillo de muy angosta vía que transportaba mineral desde unas remotas minas donde trasvasaba su carga a los vagones de Renfe y volvía, tirado por mulos, hacia la boca de la mina, sita en torno a la localidad de Zamoranos.
Pero si este viejo cargadero era una sorpresa, mucho más lo serán, las vistas de la laguna del Conde o del Salobral (km 59) siendo la vía verde la mejor atalaya para contemplar la laguna situada a unos 400 m de la traza, por lo que la ayuda de unos buenos prismáticos junto con la información de los paneles nos permitirán indagar en la vida de las anátidas.
Seguimos hacia la siguiente estación y entre nuestros habituales olivos alcanzamos la antigua carretera N 432, que cruzamos por una cómoda pasarela para alcanzar tras una suave remontada la estación de Luque (km 65), convertida en un restaurante que cuenta con un vagón original de tren pero en cuyo interior se puede comer, así como una tienda de productos típicos, un hangar anexo transformado en el Museo del Aceite de Oliva y un amplio anden convertido en una agradable terraza de verano.
Luque, Baena y Zuheros
Podemos aprovechar para subir a la roquera villa de Luque. Un viejo camino de tierra trepa desde la estación al pueblo, coronado como tantos otros por su iglesia castillo de “tiempos moros”. No muy lejos, a unos 7 km, se localiza otra de las más atractivas villas cordobesas: Baena. Hasta allí llegaba un ramal de este ferrocarril, hoy recuperado también como Vía Verde que nos deja en las puertas de esta interesante localidad plena de atractivos y excelente aceite.
Siguiente escala: Zuheros. Una joyita. Un serrano recorrido al pie de las peñas de la Subbética nos va a acercando hasta esta bella y pequeña localidad de atractivos bien concentrados. La subida a Zuheros, declarado como uno de los “pueblos más bonitos de España”, tiene una recompensa más que estimulante. Pasear por las calles de este blanco pueblecito proporciona todo un derroche de experiencias sensibles, máxime si se recorren en primavera, en pleno imperio de la flor. Desde la plaza de esta localidad, con su recoleto castillo, se tendrá una de las mejores perspectivas de esta vía verde.
Para los más sufridos hay otra excursión que, por si no se hubiera tenido bastante, aún tiene más cuestas. La propia subida será un regalo de panorámicas. Esta propuesta nos lleva a la cueva de los Murciélagos, una cavidad kárstica que los más “viejos” de Zuheros usaron como vivienda, pintando en sus pétreas paredes algunas pinturas rupestres con cabras y otros animalitos. La cueva atesora hermosas formaciones calcáreas y restos humanos de los antiguos pobladores que pueden justificar el paseo complementario. Tras estos atractivos volvamos a nuestra vía verde.
Los ingenieros del ferrocarril nos han legado como postrera ofrenda una de las obras más atractivas de este ferrocarril: el puente de Zuheros (104 m) sobre el río Bailón. Situado a pocos metros del apeadero de Zuheros (km 72), este puente, que aparece en todos los catálogos de puentes con valor monumental pues es de estructura metálica y planta curva. Tres tramos de vigas rectas permitían a los raíles trazar un arco asimétrico con las rectas de las vigas. El puente es también un excepcional mirador sobre la más bella estampa de Zuheros, con los muros del alcázar cortados sobre el barranco y el blanco caserío arropado tras sus muros.
Doña Mencía, el túnel y otros grandes viaductos
Estamos ya en los dominios del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, y la vía sigue subiendo de manera calma mientras nos acercamos a otra villa encaramada en una colina: Doña Mencía. Su nombre proviene de la esposa de un valeroso conquistador de la Edad Media y, como en las poblaciones vecinas, un alcázar corona el casco urbano. La vía nos regala el paso por la recoleta y pequeña estación (km 75) que como en el caso de Luque, cambió su pasado de varadero ferroviario por el de espacio de servicios para ciclistas y caminantes. El edificio de viajeros es un restaurante en el que hacer otro alto en el camino. Y justo al lado, en el muelle o almacén rehabilitado se ubica el Centro Cicloturista Subbética, un lugar perfecto para lo que haga falta: información, rutas, alquiler y reparación de bicicletas, y en ella un anexo área de autocaravanas.
Seguimos. Pasamos una hermosa casilla ferroviaria y nuestra vía mantiene ahora un trazado con casi nula pendiente, lo cual se consiguió gracias a ingentes movimientos de tierra. Es el tramo de los espectaculares terraplenes y profundas trincheras, sostenidas estas últimas con elegantes muros de sillería, las que van conformando el camino. Y así entre trincheras y terraplenes, y tras cruzar por un puente la vieja carretera de Cabra (casi sin tráfico tras la construcción de la A-316), enfilamos sin pausa el túnel del Plantío, se trata de un “túnel artificial”, es decir, un túnel realizado para garantizar la sujeción de los terrenos y no por estrictos condicionantes topográficos. Tras el túnel el terreno se encrespa y encontraremos alguna que otra espectacular obra de fábrica, como el espectacular viaducto de la Sima (km 83) de 132 m. Este impresionante trenzado de hierros se apoya en dos pilares de pétrea sillería. Las vistas son muy agradecidas, y el silbo del viento colándose entre los hierros del puente pone la banda sonora a este espacio casi mágico.
A un kilómetro cruzaremos otro viaducto de sugerente nombre, el de Los dientes de la vieja (25 m) sobre la carretera. Cruzaremos en otras dos ocasiones la carretera, a nivel y desnivel respectivamente y, al poco, se presenta a nuestros pies el conjunto urbano de la villa de Cabra.
De Cabra a la campiña sur de Córdoba
Un pausado descenso nos permitirá vislumbrar un casco urbano que atesora un rico patrimonio monumental con un castillo y bastantes iglesias (alguna sobre antigua mezquita). Y llegamos a uno de los enclaves más interesantes de toda la vía verde: la estación de Cabra (km 88). Los amantes del ferrocarril cuentan con un excelente “museo” al aire libre, pues en esta bonita estación se encuentra una elegante locomotora a vapor Mikado construida en 1917 por la compañía estadounidense American Locomotive Company y otros materiales rodantes de interés como otra locomotora diésel y un vagón de madera pertenecientes a los fondos de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Además, el edificio de viajeros acoge un restaurante y ya se trabaja para acoger un futuro albergue. También hay un área de juegos infantiles con sabor ferroviario que hará junto con este maravilloso patrimonio ferroviario rememorar el pasado de este ferrocarril. Si vais con niños costará sacarles de este entorno que propicia el juego de ser fogoneros y maquinistas por un día.
Dejamos atrás Cabra y un nuevo puente nos sitúa en la soledad de los campos, tan sólo alterada por algunos cruces con caminos, carreteras y casillas de paso a nivel. El terreno más suave, se rompe al paso por el barranco del Alamedal que se salva con un atrevido vuelo metálico (viaducto) de 70 m sobre un bosquete mediterráneo que ha tapizado la vaguada. Tras el viaducto, poco a poco vamos dejando el ya habitual olivar para, tras una transición de viñas (de los afamados caldos de la D.O. Montilla-Moriles) llegar al entorno de la ciudad de Lucena. La basílica paleocristiana de Coracho, ubicada en las afueras de Lucena es la antesala para llegar a una ciudad que, en tiempos del Califato de Córdoba llegó a ser incluso la república independiente judía de Elissena. Las iglesias y un castillo salpican el caserío lucentino. Tras la población, la estación de Lucena (km 99) que cuenta con un área recreativa y parque infantil, un restaurante y junto al mismo, en el hangar anexo, un museo de vehículos clásicos que abre al público los fines de semana.
En un suave descenso tramado entre curvas de amplísimo radio, cruzando algún que otro pontón metálico alcanzamos la última estación: Moriles-Horcajo (km 109). Curiosamente, el poblado que se reparte junto a la estación no tiene ninguno de estos dos nombres, ya que se trata de la pedanía lucentina de Las Navas del Selpillar. La estación está compuesta de un elegante edificio muy bien conservado que hoy se ha convertido en un centro de interpretación de la cultura del vino.
La vía se prolonga otros 4 kilómetros más por tierras de la Subbética, mientras el último tramo de vía de cerca de 8 km discurre por la comarca de la Campiña sur cordobesa y permite alcanzar la última estación: Camporreal, situada a 4 km de Puente Genil, al que pertenece. Es este último un tramo de belleza agrícola, más suave, donde viñedos, campos de girasoles y cultivos de cereal se advierten como un gran cambio en el paisaje. También las encinas, almendros, cañas y dispersos caseríos como el Cortijo Montecalcedo lucen a nuestra vista.
Un pasillo de adelfas nos indica el final de nuestro recorrido. A la izquierda sobresale sobre enormes eucaliptos una chimenea industrial del Cortijo de Santa Elena, muestra de patrimonio industrial aceitero; y a nuestra derecha Campo Real. De aquel poblado ferroviario, quedan seis edificios ruinosos, entre ellos la estación de Campo Real, un entorno ferroviario que se compartía con la activa línea de ferrocarril Córdoba-Málaga. Desde este punto podemos avanzar 6 kilómetros para llegar a la ciudad de Puente Genil siguiendo la reciente señalización realizada que permite, además de visitar la población la conexión ferroviaria en ambos extremos (en Jaén y en Puente Genil) de la que es la Vía Verde más larga de Andalucía y la segunda más larga de toda España.