Camino Natural Vía Verde Vegas del Guadiana
Descripción de la ruta
La Vía Verde Vegas del Guadiana arranca en la estación de ferrocarril de Villanueva de la Serena. Desde dicha estación emparejada con las vías del tren, el continuo que forman la calle José Gallardo y el Paseo Castelar se alarga hacia los depósitos que abastecen de agua potable a la localidad y la ronda de la Hispanidad.
Junto al paso superior de la carretera a Don Benito (ronda de la Hispanidad) el ferrocarril Madrid-Badajoz y el ferrocarril de Villanueva de la Serena-Talavera, cuyas obras nunca concluyeron, se separan. Balizado con el hito del km 1, este punto, que cuenta con área de descanso es el comienzo de la vía verde y aquí adquiere su fisonomía.
Saliendo de Villanueva de la Serena
Dejando atrás Villanueva de la Serena, la vía verde realiza un giro a la derecha y se sumerge en una profunda, húmeda y roja trinchera ferroviaria, en cuya salida adquiere la apariencia de una larguísima recta dibujada entre campos agrícolas, huertas, salteadas casas de labor y rutilantes chalés. En este tramo se cruza el canal del Zújar y su camino paralelo (km 2,3). Sin embargo, la linealidad del trazado ferroviario se interrumpe ante una ancha y compacta pista de tierra transversal (km 5). Con la impracticable plataforma ferroviaria colmada de maleza por delante, la ruta abandona el rastro original del ferrocarril, gira a la derecha y continúa por esta pista de tierra, compartiendo con otros vehículos un paisaje invariable. Sin desviarse en ningún momento, la pista de tierra desemboca en un segundo camino transversal: el ramal izquierdo conduce al cruce a nivel con la transitada carretera BA-060 (km 6,3). Para evitar cualquier despiste existen carteles indicadores en los desvíos.
Atravesando el río Guadiana
Al otro lado de la carretera, la pista de tierra se torna en el camino asfaltado que sube al collado del Ventorrillo. Aquí se abre un panorama impactante: el amplio curso del río Guadiana dividido en dos lenguas de agua enmarcadas por altos eucaliptos. Así la vía verde baja vertiginosamente en busca del Guadiana, avistándose ya los imponentes viaductos que, sobre estéticos arcos de hormigón aferrados a robustos pilares, atraviesan el gran río. El descenso y el asfalto concluyen al alcanzar el primer viaducto férreo (km 7), conectando así nuevamente con el trazado ferroviario original. Aquí también acaba el tramo compartido con otros vehículos y comienza un paseo sustentado por tres altos viaductos que se prolonga mediante un alto terraplén.
Los primeros arrozales y las ZEPA
El paseo casi aéreo sobre la vega del Guadiana concluye en el paso inferior bajo la carretera N 430 (km 8,2) y da paso a un amplio panorama formado sólo por campos de labor. La vía verde pronto atravesará el homogéneo paisaje de los encharcados arrozales de Palazuelo y Guadalperales, Zona de Especial Protección Para las Aves (ZEPA) que exhibe, según la temporada, verdes mareas mecidas por el viento o tierras aradas por tractores seguidos por un tropel de cigüeñas y garcillas; un paisaje invariable de planchados horizontes que la ruta surca como una infinita recta. Es por eso que cada acontecimiento es celebrado por los sentidos. En el km 9,6 aparece la ruinosa estación de Rena y, más allá, su almacén de carga rematado por nidos de cigüeña, el primero de la larga lista que jalonan este recorrido.
Superada la estación, la vía gana altura junto a los frutales alineados que se extienden a ambos márgenes y, progresivamente, se convierte en el terraplén que aborda el puente sobre el río Gargáligas (km 10,4), escenario compartido por pescadores y aves y donde se ubica una estación de anillamiento científico. En el km 13 se levanta el paso superior de la carretera que lleva a la pedanía de El Torviscal, situada a unos 300 m de la vía verde; y en el km 17 aparece otro paso superior de carreteras, tras el cual la cortina vegetal de chopos y eucaliptos que puebla el río Ruecas tamiza la silueta de la localidad de Palazuelo.
Entre la dehesa y el arrozal
En torno al km 19 la vía pasa a la provincia de Cáceres y se encuentra con la estación de Campo Lugar. De vistoso ladrillo, el fantasmal edificio de viajeros aún conserva cierta prestancia. El almacén se engalana con nidos de cigüeña a falta de cubierta y el área de descanso ofrece al viajero un grato lugar para hacer un alto en el camino. Llegados a este punto, y rompiedno la linealidad inherente a la llanura, la vía gira y se adentra en dos largas y altas trincheras de blandas paredes cubiertas por retamas, jaras, zarzas y lavandas, entre los que media un terraplén, mirador de excepción sobre el río Ruecas y su estela de fresnos, encinas, espadañas y eucaliptos. Luego, vira a la derecha, se recuesta en la ladera del cerro de la Dehesa y se embarca en una infinita recta allanada sobre modestos terraplenes y trincheras.
En este tramo encontraremos el despoblado de Cristóbal Colón (km 23,3), donde vacas y ovejas pastan en la dehesa, aparecen los séquitos de cigüeñas y garcillas tras los tractores en la vega y rojas perdices ponen los pies en polvorosa ante nuestra presencia. Los pueblos de colonización surgidos del Plan Badajoz también se organizaron en el territorio racionalmente.
Cada población contaba con una sus tierras de labor. Se hablaba del módulo “carro”, la distancia máxima que un campesino podía cubrir en carro para ir a su terruño. Algunos de estos pueblos han evolucionado y gozan de gran vitalidad, otros fracasaron estrepitosamente y terminaron despoblados. Cristóbal Colón, es uno de estos últimos casos.
Por los arrozales de Madrigalejo
Se cruza sucesivamente el canal de Orellana, su camino de servidumbre y el puente sobre el río Ruecas (km 25). El agua del canal pasa bajo la vía gracias a un sifón y continúa fluyendo por un canal que se alarga hacia Madrigalejo. Esta localidad, situada a 4 km de la vía verde, ofrece refresco, comida y cama. Junto al canal va su camino de servidumbre, una estrecha, culebrenate y llana carretera convertida en un acceso de excepción a la localidad.
De vuelta al puente sobre el Ruecas, asistimos a un nuevo cambio de paisaje: retornan los llanos campos sembrados de arroz; campos que, ahora, la plataforma ferroviaria atraviesa sobre un mediano terraplén con vistas, allá a lo lejos, al muro que retiene al río Pizarroso en el embalse de Sierra Brava, formando un ecosistema de gran relevancia por la presencia de patos, fochas, cigüeñuelas, garzas, garcillas bueyeras, grullas o cigüeñas blancas ¡toda una meca ornitológica!
La Dehesa del Monte
La pasarela metálica sobre la carretera EX 355 anuncia la llegada a la estación de Madrigalejo (km 29), a partir de la cual la ruta se enfrenta a una nueva larga y llana recta trazada en la Zona de Especial Protección para Aves denominada Llanos de Zorita y Embalse de Sierra Brava. Esta infinita rectitud da sus primeros pasos por la dehesa del Monte, alfombra de blancas y amarillas flores primaverales donde las cigüeñas copan el ramaje de las encinas, las ovejas pastan y resuena el cuco. Sin duda se trata de un agradable intermedio en el arrozal.
En el km 31,5 la traza original del ferrocarril se interrumpe bruscamente. En el lado izquierdo, el alto talud de la balsa del Hito ha cercenado la traza original, ahora inundada y cubierta por una enmarañada vegetación. Una ancha pista paralela compartida con vehículos se ofrece como alternativa de continuidad. A los pies de la Casa de Cerralbillo (km 35,4) la vía verde abandona la pista alternativa, cruzamos sobre una alcantarilla un pequeño canal y recupera el trazado original del ferrocarril.
Atrás queda definitivamente el arado, el arroz y la llanura. Al frente, la larga y llana recta se adentra en un terreno suavemente ondulado de adehesado encinar, un ecosistema elegido por gran parte de las grullas comunes para pasar el invierno. En adelante, la grisácea grulla de largas patas y cuello, cabeza negra con una mancha roja en la nuca y una línea blanca que baja de los ojos, reclama al viajero respetuoso silencio y estar atento.
Las grullas comunes prefieren para el invierno las buenas temperaturas, la paz y la rica gastronomía extremeña. Por ello han estableciendo su segunda residencia preferentemente en las comarcas de las Vegas Altas del Guadiana. Ni más ni menos, 2.000 km de aleteo y largos planeos térmicos, son los que realizan para pasar un tercio del año en el ecosistema que tanto les gusta: una equilibrada combinación de sol y humedales, con grandes extensiones de encharcados arrozales y amplias dehesas. Instalan sus nidos a orillas de los ríos, embalses o charcas, abandonando sus dormideros bien temprano para saborear el bufé que les brinda el encinar: platos de la tierra a base de invertebrados, brotes, semillas y el plato estrella, ese que no hay en el frío norte: la rica bellota.
Con este nuevo aliciente, la vía se enfrasca en este paisaje jalonado por la estampa del cerro de los Cabos Negros, las amplias copas de las encinas cuajaditas de nidos de cigüeñas, el hola y adiós del río Ruecas, y la irrupción del alto terraplén que sustenta al canal de las Dehesas (km 38). Será éste un otero de excepción a la prolongación de la infinita recta y a las dehesas de encinas que envuelve la vía.
Las vegas del río Ruecas
La ruinosa estación de Zorita Lavadero (km 41,1), tomó nombre compuesto de la lejana población y del lavadero vinculado al cercano y ruinoso convento de Malillo. En manos del monasterio de Guadalupe hasta el siglo XIX, Malillo estuvo dedicado al descanso de los monjes de Guadalupe y a la cría de ovejas merinas.
Superada la solitaria estación, la vía sigue de manera culebreante el cercano curso del río Ruecas hasta el alto terraplén del km 44, donde acontece el desdoblamiento del río: el curso derecho, el propio Ruecas, se dirige al muro de hormigón del homónimo embalse; el curso izquierdo, el arroyo Grande, nos acompañará hasta el final en Logrosán.
La serranía
La vía se curva junto al arroyo Grande en una dehesa en la que el encinar redobla su espesor. Al llegar al paso superior de caminos del km 46,3, se encara ante una nueva larga recta de moderada pendiente. Al principio de esta recta, el viajero debería meter la cabeza entre la cortina lateral de eucaliptos y asomarse al tapiz de flores que cubre el arroyo Grande aun cuando los medianos terraplenes que se suceden a partir del km 47 ofrecen una visión más aérea de esa lengua que en primavera alfombra el arroyo. En la descomunal trinchera excavada en roca del km 49, acaba la rectitud del trazado y cambia el paisaje: el suave alomado se convierte en una agreste serranía mediterránea de monte bajo, poblada por sisones, avutardas, perdices, zorzales, conejos, liebres, jabalís, ciervos y corzos.
Llegada a Logrosán
El trazado del ferrocarril continúa a base de excavar profundas trincheras o levantar rotundos terraplenes. Con la estampa de la sierra de Guadalupe en el horizonte la vía cruza el arroyo Grande (km 53) y se aúpa en la ladera de la sierra de San Cristóbal, dejando a un lado varios postes coronados por nidos de cigüeñas en asombroso equilibrio. Con posterioridad, la ruta gira a la derecha y atraviesa entre trincheras un panorama de pequeñas huertas y explotaciones agropecuarias. Son los primeros indicios de urbanidad antes de encarar la recta final hacia la población de Logrosán adornada por la silueta del campanario.
Finalmente, la vía concluye en la antigua estación de Logrosán (km 57,7), donde la última área de descanso nos invita a reponer fuerzas antes de acometer la rampa que sube hasta el casco urbano. La estación se concibió como término provisional de la línea. El edificio de viajeros es el que más empaque tiene de una línea sin dos edificios iguales. Contaba la estación con una placa giratoria motorizada para invertir el sentido a las locomotoras y una toma de agua, aún visible, para alimentar la caldera de vapor.
La vía verde acaba aquí, pero es posible continuar, ¡eso sí! con mucha más dificultad al no seguir el rastro ferroviario por el Camino Natural de las Villuercas que sirve de unión entre esta vía verde y la Vía Verde de La Jara. Serán cerca de 70 km entre las antiguas estaciones de Logrosán y Santa Quiteria, (Toledo) y con un ramal para llegar a Guadalupe, cuyo Real Monasterio de Santa María de Guadalupe es Patrimonio de la Humanidad.